Radio
T.V
E. Román
Presentación
La pornografía, definida por el diccionario de la Real Academia Española en su edición 1981 como “tratado acerca de la prostitución. Carácter obsceno de obras literarias o artísticas. Obra literaria o artística de este carácter”, ya es una palabra de uso común en la vida cotidiana. Se la utiliza para calificar muchas de las imágenes presentadas por los diversos medios de comunicación, y la imagen fija y las imágenes en movimiento son su principal escaparate.
El cine ha sido, hasta hace poco tiempo, el principal vehículo de la pornografía, lo cual ha propiciado la construcción de dos grandes sectores en función del manejo de las escenas sexuales: uno, el cine pornográfico propiamente dicho, y dos, el cine que es calificado como porno, sin serlo en un sentido estricto. Cintas como El beso (William K. L. Dickson, 1896), Éxtasis (Gustav Machaty, 1932), Los amantes (Louis Malle, 1959), o El último tango en Paris (Bernardo Bertolucci, 1972), fueron calificadas, en su momento, como pornográficas por ciertos grupos sociales y/o por las autoridades correspondientes de algunos países. Las ‘causas’ eran la exhibición explicita de el beso de una pareja, o el cuerpo de una mujer desnuda, o captar el rostro femenino en el momento en que experimenta el placer de la sexualidad, entre otras cosas.
El tema es complejo. El presente texto no intenta agotar ni resolver esa complejidad. Sus objetivos son mucho más modestos. Busca aportar algunos datos sobre el cine pornográfico mexicano durante los años noventa. El punto central son las cintas nacionales en 35 milímetros, autorizadas y exhibidas en el país durante esos años. Los filmes pornográficos exhibidos durante esos años sólo significan unas cuantas líneas dentro de la historia global del cine mexicano; sin embargo, es necesario consignar su existencia para el bien de esa historia general.
Desafortunadamente, la intención de privilegiar el testimonio de aquellos que participaron, de alguna manera, en su realización, no ha sido posible. Consignar las dificultades de tales intenciones sería caer en la repetición permanente de las clásicas excusas escuchadas por muchos de aquellos que buscan información. Por lo tanto, esperamos que este breve texto sirva, tal vez, para permitir a futuros investigadores del tema poder acceder de alguna manera a esos testimonios. Esta historia, como se verá a lo largo de olas siguientes páginas, no ha terminado.
¿Por qué el cine pornográfico en los años noventa? La respuesta tiene dos vertientes. La primera tiene que ver con la realización de una serie de trabajos de diversa índole dentro de la Sub Dirección de Investigación de la Cineteca Nacional. Dichos trabajos, efectuados a partir de 2001, giraron en torno a la historia más reciente del cine mexicano. Uno de ellos consistió en elaborar una base de datos sobre la producción realizada en la última década del siglo XX. A partir de la información obtenida, se descubrieron múltiples temáticas y tendencias en la producción y en los contenidos de los filmes realizados. Ante esa riqueza documental, cada uno de los miembros del equipo y la titular de la Sub Dirección se abocaron a la investigación específica de algunos de ellos.
La segunda vertiente involucra el hecho de que en la década de los noventa se autorizara la exhibición de películas porno, así como la comercialización de videos pornográficos. Esos materiales fueron, básicamente, de origen extranjero, pero posteriormente fueron de procedencia nacional. Su número es escaso y prácticamente insignificante frente a los materiales importados.
La existencia de filmes pornográficos mexicanos es efímera; éstos se exhiben sin gran éxito en cines ‘populares’, y/o, francamente de piojito. Frente al éxito del llamado cine de ficheras y albures, el cine porno no significa nada. Y así cómo no hubo un acta de nacimiento triunfal, su triste obituario se pierde en la sección de espectáculos de algunos periódicos capitalinos.
El cine porno sigue vivo en el mundo del video, del DVD o de cualquier artilugio producto de las nuevas tecnologías audiovisuales. Y ese mundo es otra historia, la cual nace, y eso es lo significativo, en los noventa, para después perderse en la historia reciente del siglo XXI.
La información sobre los filmes pornográficos mexicanos es escasa aún dentro de las diferentes fuentes existentes sobre el cine mexicano de los años noventa. Sólo Moisés Viñas consigna, en 1992, algunos datos sobre una de ellas; asimismo, el CD Cien años de cine mexicano. 1896-1996 (1999) aporta ciertos nombres; por otra parte. David Wilt (2002) habla solamente de su carácter pornográfico, y la base de datos de la Filmoteca de la UNAM existente en Internet ofrece algunas otras cosas.
Frente a ese panorama, y ante la cerrazón encontrada en la investigación de campo, los años consignados en las cintas son los que constan en los archivos de la Dirección de Cinematografía de la Dirección General de Radio, Televisión y Cinematografía de la Secretaria de Gobernación. Ha sido imposible obtener las fechas de inicio de rodaje de tales filmes.
El texto incluye un somero acercamiento a las finanzas y al marketing de la pornografía, básicamente norteamericana, y una tipología de los contenidos de la misma. El objetivo del primero es, simplemente reiterar el carácter comercial de la pornografía no solamente en su aspecto cinematográfico.
La llamada tipología tiene que ver con una forma de hacer pornografía, a partir de la cual es posible hablar del cine porno mexicano, estableciendo diferencias y coincidencias. Es decir, en forma exagerada, se hacen explicitas una serie de reglas, y a partir de ellas se ve la pornografía nacional. Estamos conscientes que ello puede ser una limitante para el cine mexicano. Es posible. Por el contrario, sin ese background, el porno mexicano se da en el vacío o se confronta con su propia leyenda. Ver los filmes de los años noventa como la cima, el declive o la inefable continuación de una serie de filmes pornos ¿nacionales? filmados por equis persona en equis año era obviamente una opción. Nosotros hemos optado por otro camino.
En ese mismo tenor se encuentran los comentarios sobre las películas porno. Algunos de los materiales consultados hablan de los filmes en los siguientes términos: “Touch no es precisamente uno de los mejores filmes de Jay, dado que las escenas de sexo que protagoniza son tan convencionales como el argumento de la película”[1]; o, “Aburrido y plomizo metesaca yanqui.en el que Buck Adams y Jeannette Littledove (muy desfondada) vuelven a retozar juntos. Lo mejor es la fellatio de Amber Lynn a Jerry Butler, bien filmada”[2]; o bien, se basan en la guía informativa de Robert H. Rimmer, con abreviaturas como BI (bisexual), DS (desviaciones sádicas), N (normal, incluye sexo oral), etcétera.[3].
Ante esas limitantes, se optó por privilegiar la anécdota y ciertos personajes, y enfatizar el manejo de la imagen pornográfica, dejando de lado el tipo de actividad sexual que realizan los protagonistas en las distintas escenas. Las alusiones a los filmes están fragmentadas en dos partes. Una, que podríamos llamar descriptiva, inmersa en el apartado correspondiente, y otra, la ficha técnica, consignada al final del texto.
Durante muchos años, la pornografía fue ilegal. Hoy, en términos generales, se puede decir que existen dos bloques dentro de ella. Por un lado, tenemos la pornografía legal, la cual, a regañadientes, es permitida o, por lo menos, tolerada,, y se ha convertido en todo un boom financiero, de una gran resonancia mediática. Por otro lado, existe la pornografía ilegal, realizada por completo al margen de la ley, y es más, en contra de cualquier disposición de la justicia universal. Contiene toda una serie de elementos perseguidos por cualquier legislación y totalmente inaceptables en cualquier sociedad civilizada, tales como la pornografía infantil. Esa forma de pornografía debe ser erradicada y sus productores y consumidores castigados severamente.
Los muchos años en que la pornografía se desarrolló en la ilegalidad provocaron que no existan nombres y fechas confiables sobre la producción existente. Toda esa supuesta historia son especulaciones, referencias de terceros, suposiciones, mitos, y hasta deseos de disfrazar las mentiras con el velo de la historia. Así, aparecen filmes mexicanos por doquier o cintas pornos con alardes técnicos totalmente adelantados a cualquier innovador del lenguaje cinematográfico, aunque éste se llame D. W. Griffith o Georges Meliés.
Aparecen, por lo tanto, primeros planos en un trabajo realizado en el primer lustro del siglo XX y/o montajes – primer plano, corte, plano general – realizados por esas mismas fechas. Es por ello que un supuesto cine pornográfico mexicano existente mucho antes de los años noventa es mencionado en un apéndice, con las debidas reservas del caso.
Otro apéndice se refiere a una serie de notas sobre el desnudo en el cine mexicano. Muchas de ellas se basan en lo escrito por Emilio García Riera en su clásica historia, y, otros, en las experiencias personales del autor de éste texto. Esas líneas tienen como principal objetivo ver cómo la desnudez y el sexo fingido han sido presentados por el cine mexicano, y aceptados por las autoridades correspondientes y por los espectadores. Asimismo, se incluye una somera revisión bibliográfica sobre cómo ese cine, u otros espectáculos, usaron tal temática y cómo la historia los ha asimilado.
Un tercer apéndice se centra en la trayectoria profesional, dentro del llamado cine convencional, del realizador Ángel Rodríguez Vázquez, responsable de las cintas pornográficas mencionadas en éste trabajo. Con ello se busca suplir, al menos en una mínima parte, la historia desconocida de cómo ese realizador pasó a dirigir pornografía, inquietud que pudo ser producto de una iniciativa personal, o de una situación laboral determinada por la simple y llana realización de un oficio.
Ernesto Román Pérez
Investigador cinematográfico con estudios de comunicación colectiva e historia en la Universidad Nacional Autónoma de México. Colaborador de los diarios El Nacional y Novedades, fue asistente de investigación en trabajos de Emilio García Riera y Eduardo de la Vega Alfaro. Participó en la elaboración de la edición del Diccionario de Directores del Cine Mexicano de Perla Ciuk. Además de desempeñar su labor en instituciones como el Instituto Mexicano de Cinematografía, desde el año 2001 es investigador fílmico en la Subdirección de Investigación de la Cineteca Nacional.
[1] Revista Chic No. 14, enero de 1994.
[2] Valencia, Manuel, Videoguía X, pág. 69
[3] “The X rated videotape guide I”, pag. XIV
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T.V
E. Román
Presentación
La pornografía, definida por el diccionario de la Real Academia Española en su edición 1981 como “tratado acerca de la prostitución. Carácter obsceno de obras literarias o artísticas. Obra literaria o artística de este carácter”, ya es una palabra de uso común en la vida cotidiana. Se la utiliza para calificar muchas de las imágenes presentadas por los diversos medios de comunicación, y la imagen fija y las imágenes en movimiento son su principal escaparate.
El cine ha sido, hasta hace poco tiempo, el principal vehículo de la pornografía, lo cual ha propiciado la construcción de dos grandes sectores en función del manejo de las escenas sexuales: uno, el cine pornográfico propiamente dicho, y dos, el cine que es calificado como porno, sin serlo en un sentido estricto. Cintas como El beso (William K. L. Dickson, 1896), Éxtasis (Gustav Machaty, 1932), Los amantes (Louis Malle, 1959), o El último tango en Paris (Bernardo Bertolucci, 1972), fueron calificadas, en su momento, como pornográficas por ciertos grupos sociales y/o por las autoridades correspondientes de algunos países. Las ‘causas’ eran la exhibición explicita de el beso de una pareja, o el cuerpo de una mujer desnuda, o captar el rostro femenino en el momento en que experimenta el placer de la sexualidad, entre otras cosas.
El tema es complejo. El presente texto no intenta agotar ni resolver esa complejidad. Sus objetivos son mucho más modestos. Busca aportar algunos datos sobre el cine pornográfico mexicano durante los años noventa. El punto central son las cintas nacionales en 35 milímetros, autorizadas y exhibidas en el país durante esos años. Los filmes pornográficos exhibidos durante esos años sólo significan unas cuantas líneas dentro de la historia global del cine mexicano; sin embargo, es necesario consignar su existencia para el bien de esa historia general.
Desafortunadamente, la intención de privilegiar el testimonio de aquellos que participaron, de alguna manera, en su realización, no ha sido posible. Consignar las dificultades de tales intenciones sería caer en la repetición permanente de las clásicas excusas escuchadas por muchos de aquellos que buscan información. Por lo tanto, esperamos que este breve texto sirva, tal vez, para permitir a futuros investigadores del tema poder acceder de alguna manera a esos testimonios. Esta historia, como se verá a lo largo de olas siguientes páginas, no ha terminado.
¿Por qué el cine pornográfico en los años noventa? La respuesta tiene dos vertientes. La primera tiene que ver con la realización de una serie de trabajos de diversa índole dentro de la Sub Dirección de Investigación de la Cineteca Nacional. Dichos trabajos, efectuados a partir de 2001, giraron en torno a la historia más reciente del cine mexicano. Uno de ellos consistió en elaborar una base de datos sobre la producción realizada en la última década del siglo XX. A partir de la información obtenida, se descubrieron múltiples temáticas y tendencias en la producción y en los contenidos de los filmes realizados. Ante esa riqueza documental, cada uno de los miembros del equipo y la titular de la Sub Dirección se abocaron a la investigación específica de algunos de ellos.
La segunda vertiente involucra el hecho de que en la década de los noventa se autorizara la exhibición de películas porno, así como la comercialización de videos pornográficos. Esos materiales fueron, básicamente, de origen extranjero, pero posteriormente fueron de procedencia nacional. Su número es escaso y prácticamente insignificante frente a los materiales importados.
La existencia de filmes pornográficos mexicanos es efímera; éstos se exhiben sin gran éxito en cines ‘populares’, y/o, francamente de piojito. Frente al éxito del llamado cine de ficheras y albures, el cine porno no significa nada. Y así cómo no hubo un acta de nacimiento triunfal, su triste obituario se pierde en la sección de espectáculos de algunos periódicos capitalinos.
El cine porno sigue vivo en el mundo del video, del DVD o de cualquier artilugio producto de las nuevas tecnologías audiovisuales. Y ese mundo es otra historia, la cual nace, y eso es lo significativo, en los noventa, para después perderse en la historia reciente del siglo XXI.
La información sobre los filmes pornográficos mexicanos es escasa aún dentro de las diferentes fuentes existentes sobre el cine mexicano de los años noventa. Sólo Moisés Viñas consigna, en 1992, algunos datos sobre una de ellas; asimismo, el CD Cien años de cine mexicano. 1896-1996 (1999) aporta ciertos nombres; por otra parte. David Wilt (2002) habla solamente de su carácter pornográfico, y la base de datos de la Filmoteca de la UNAM existente en Internet ofrece algunas otras cosas.
Frente a ese panorama, y ante la cerrazón encontrada en la investigación de campo, los años consignados en las cintas son los que constan en los archivos de la Dirección de Cinematografía de la Dirección General de Radio, Televisión y Cinematografía de la Secretaria de Gobernación. Ha sido imposible obtener las fechas de inicio de rodaje de tales filmes.
El texto incluye un somero acercamiento a las finanzas y al marketing de la pornografía, básicamente norteamericana, y una tipología de los contenidos de la misma. El objetivo del primero es, simplemente reiterar el carácter comercial de la pornografía no solamente en su aspecto cinematográfico.
La llamada tipología tiene que ver con una forma de hacer pornografía, a partir de la cual es posible hablar del cine porno mexicano, estableciendo diferencias y coincidencias. Es decir, en forma exagerada, se hacen explicitas una serie de reglas, y a partir de ellas se ve la pornografía nacional. Estamos conscientes que ello puede ser una limitante para el cine mexicano. Es posible. Por el contrario, sin ese background, el porno mexicano se da en el vacío o se confronta con su propia leyenda. Ver los filmes de los años noventa como la cima, el declive o la inefable continuación de una serie de filmes pornos ¿nacionales? filmados por equis persona en equis año era obviamente una opción. Nosotros hemos optado por otro camino.
En ese mismo tenor se encuentran los comentarios sobre las películas porno. Algunos de los materiales consultados hablan de los filmes en los siguientes términos: “Touch no es precisamente uno de los mejores filmes de Jay, dado que las escenas de sexo que protagoniza son tan convencionales como el argumento de la película”[1]; o, “Aburrido y plomizo metesaca yanqui.en el que Buck Adams y Jeannette Littledove (muy desfondada) vuelven a retozar juntos. Lo mejor es la fellatio de Amber Lynn a Jerry Butler, bien filmada”[2]; o bien, se basan en la guía informativa de Robert H. Rimmer, con abreviaturas como BI (bisexual), DS (desviaciones sádicas), N (normal, incluye sexo oral), etcétera.[3].
Ante esas limitantes, se optó por privilegiar la anécdota y ciertos personajes, y enfatizar el manejo de la imagen pornográfica, dejando de lado el tipo de actividad sexual que realizan los protagonistas en las distintas escenas. Las alusiones a los filmes están fragmentadas en dos partes. Una, que podríamos llamar descriptiva, inmersa en el apartado correspondiente, y otra, la ficha técnica, consignada al final del texto.
Durante muchos años, la pornografía fue ilegal. Hoy, en términos generales, se puede decir que existen dos bloques dentro de ella. Por un lado, tenemos la pornografía legal, la cual, a regañadientes, es permitida o, por lo menos, tolerada,, y se ha convertido en todo un boom financiero, de una gran resonancia mediática. Por otro lado, existe la pornografía ilegal, realizada por completo al margen de la ley, y es más, en contra de cualquier disposición de la justicia universal. Contiene toda una serie de elementos perseguidos por cualquier legislación y totalmente inaceptables en cualquier sociedad civilizada, tales como la pornografía infantil. Esa forma de pornografía debe ser erradicada y sus productores y consumidores castigados severamente.
Los muchos años en que la pornografía se desarrolló en la ilegalidad provocaron que no existan nombres y fechas confiables sobre la producción existente. Toda esa supuesta historia son especulaciones, referencias de terceros, suposiciones, mitos, y hasta deseos de disfrazar las mentiras con el velo de la historia. Así, aparecen filmes mexicanos por doquier o cintas pornos con alardes técnicos totalmente adelantados a cualquier innovador del lenguaje cinematográfico, aunque éste se llame D. W. Griffith o Georges Meliés.
Aparecen, por lo tanto, primeros planos en un trabajo realizado en el primer lustro del siglo XX y/o montajes – primer plano, corte, plano general – realizados por esas mismas fechas. Es por ello que un supuesto cine pornográfico mexicano existente mucho antes de los años noventa es mencionado en un apéndice, con las debidas reservas del caso.
Otro apéndice se refiere a una serie de notas sobre el desnudo en el cine mexicano. Muchas de ellas se basan en lo escrito por Emilio García Riera en su clásica historia, y, otros, en las experiencias personales del autor de éste texto. Esas líneas tienen como principal objetivo ver cómo la desnudez y el sexo fingido han sido presentados por el cine mexicano, y aceptados por las autoridades correspondientes y por los espectadores. Asimismo, se incluye una somera revisión bibliográfica sobre cómo ese cine, u otros espectáculos, usaron tal temática y cómo la historia los ha asimilado.
Un tercer apéndice se centra en la trayectoria profesional, dentro del llamado cine convencional, del realizador Ángel Rodríguez Vázquez, responsable de las cintas pornográficas mencionadas en éste trabajo. Con ello se busca suplir, al menos en una mínima parte, la historia desconocida de cómo ese realizador pasó a dirigir pornografía, inquietud que pudo ser producto de una iniciativa personal, o de una situación laboral determinada por la simple y llana realización de un oficio.
Ernesto Román Pérez
Investigador cinematográfico con estudios de comunicación colectiva e historia en la Universidad Nacional Autónoma de México. Colaborador de los diarios El Nacional y Novedades, fue asistente de investigación en trabajos de Emilio García Riera y Eduardo de la Vega Alfaro. Participó en la elaboración de la edición del Diccionario de Directores del Cine Mexicano de Perla Ciuk. Además de desempeñar su labor en instituciones como el Instituto Mexicano de Cinematografía, desde el año 2001 es investigador fílmico en la Subdirección de Investigación de la Cineteca Nacional.
[1] Revista Chic No. 14, enero de 1994.
[2] Valencia, Manuel, Videoguía X, pág. 69
[3] “The X rated videotape guide I”, pag. XIV
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